El Circo Atlas y los Hermanos Tonetti existieron. Para que no se nos olviden


El otro día tuve una larga conversación con una de las antiguas taquilleras del Circo Atlas, ejemplo maravilloso de unos años ya casi olvidados pero que marcaron la infancia de los que hoy estamos en las puertas de la jubilación. Traspasadas dichas puertas o angustiados por entrar si nos dejan. Fue taquillera y cocinera del Circo Atlas y hoy regenta un bar.

Aquel Circo Atlas era en las fiestas patronales de muchas ciudades como un milagro extraño, algo que nos parecía como llegado desde donde vienen las cosas imposibles. 

Yo viví bastantes años cerca de la zona en donde montaban los circos en Zaragoza y veía en aquellas semanas como montaban, desmontaban y entre medio vivían de una forma que me parecía totalmente diferente a lo normal.

Pero el Circo Atlas era sobre todo los Hermanos Tonetti, los payasos propietarios del gran circo. Ambos cántabros, dieron su vida por el circo, más el payaso Manolo que no logró superar los problemas económicos y se suicidó para acabar definitivamente con el Circo Atlas. Manolo era el payaso “listo”

Durante algunas décadas eran un emblema que desde la política se empleaba para demostrar que en España se hacían las cosas bien desde el mundo del espectáculo y se podía exportar modernidad en algo. Efectivamente el circo era la forma artística más limpia y a la que se le podía dar total libertad en aquella dictadura, sin miedo a que se mal interpretara.

Cuando las situaciones y los tiempos cambiaron, la tele entró a saco en los espectáculos y Hacienda apretó el cuello del Circo Atlas hasta asfixiar. 

Manolo no entendía que habiendo entregado tanto por la imagen de España, ahora cualquier joven que salía por la televisión montaba un circo o era contratado para ser imagen del mismo, y los nuevos niños y jóvenes espectadores daban la espalda al circo clásico en los mismos tiempos en los que Hacienda les recordaba sus deudas con ansiedad.

Me comentaba la taquillera entre otras historias pequeñas o grandes la de aquel sacerdote que iba con ellos junto a entre dos y cuatro monjas y que tenían montada una escuela en el mismo circo para los hijos de los artistas.

O como les obligaban a veces a llevar artistas extranjeros de países del Este de Europa, que cobraban con arreglo a lo que cobraban en sus países de origen, pero la diferencia entre sus sueldos y los de los artistas locales se los llevaban diversas y oscuras oficinas internacionales siempre gobernados por señores orondos de traje gris.