En lo pequeño está muchas veces escondido lo maravilloso. Todos conocemos las elegantes formas de una rosa pero pocos lo increíblemente bonita que es la flor del tomate vista de cerca.
En la vida social, en las relaciones con los que nos rodean sucede muchas veces algo parecido. Nos encanta la belleza exterior en basto, la que se ve a varios metros, la que deslumbra. Pero nunca es fácil acercarse a buscar la belleza de unas caricias, de un susurro, de unas orejas, de una cándida comprensión ante el dolor, de un trabajo duro del día a día.
Nos llegan enseguida las fragancias de una elegida colonia pero es muy complicado ver desde lejos lo maravilloso que es su compañía en el día a día o lo interesante que es su diálogo y sus razonamientos ante la dureza de la vida.
La sonrisa, cuando no su capacidad para hacer reír, no tiene comparación en positivo con lo que simplemente es un frasco de química cara o el tamaño de una cintura que en este siglo toca que sea estrecha o de unos brazos que ahora tocan que sean duros y bastos como la madera vieja. Creo que nos engañan, pero debemos dejarlo estar, siempre que nosotros sepamos elegir bien.