Esta ventana me la encontré en Bilbao, en pleno centro de la
ciudad, mientras bajaba una pendiente de las de sufrir. La piedra superior se
veía con muchos años sobre su rugosa piel, el resto habían tenido arreglos.
Pero sobre el conjunto sobresalía la luz de una pequeña mata de hierbas que
había surgido desde las basuras, desde las propias telarañas que dentro del
hueco intentaban no salir a la luz. Era la suma de lo nuevo y lo viejo, de lo
eterno y lo etéreo. Del hoy y del ayer. Seguro que hoy ya no se podrá ver de
igual forma la hierba y en cambio la piedra seguirá inamovible.