Aunque no se lo crean hay gente capaz de crear esto. Y otra
gente de exponerla al público para provocar pero sobre todo para probar hasta
donde somos capaces. Esta performance tenía su sentido aunque no se note si no
lo explicamos.
Todo el montante y montaje que vemos, se encerraba en la caja
de cristal que se ve al fondo. Allí tras dos juegos de paredes de cristales muy
gruesos y perfectamente cerrados, había que meterse a lo sumo de dos en dos y
tras cerrarse las puertas de forma automática, sentir la sensación del agobio.
Banal práctica, diríamos todos.
Una cápsula cerrada pero de cristales, a la que
se puede entrar y salir con un botón. Pero mosqueaba que te dijeran que estaba
prohibido entrar si eras un enfermo del corazón o de enfermedades contagiosas.
Aunque no te miraban los médicos y te dejaban a tu decisión, advirtiéndote eso
si, que tú eras el responsable. Parecían advertencias normales. Pero te decían
a continuación que el aire que ibas a respirar no se reciclaba, era el mismo
aire que ya habían respirado decenas y decenas de visitantes anteriores. Que tu
aliento se sumaría al aliento de las visitas anteriores. Era pues ya, algo
mucho más interesante pues era un riesgo. Íbamos a respirar en un local muy
cerrado y pequeño un aire contaminado por personas, por sudores, por efluvios humanos.
Lo curioso es que hay gente que tras leer aquello siguen entrando. Yo entré.
Jodo. Y salí claro, enseguida salí. Efectivamente huele a pocilga, a denso, a
marrano, a pedo humedecido, a cocido recalentado y soso. Los segundos que median
entre apretar el botón para salir y que la puerta primera se abra fueron muy
largos.