No sabríamos explicar por qué, pero todas las guerras terminan enseñando y ensañándose con los civiles que sufren. Son los más fáciles de matar, pero son la vergüenza de los ejércitos. Hacer la carrera militar para matar civiles es muy sencillo de aprobar como materia educativa. Se elije una casa habitada y se bombardea. No hay peligro, no se defienden, no tienen armas para atacarte, es un objetivo grande y no es fácil fallar el disparo y además es muy efectivo, levanta humo y hace ruido.
Si uno hace la carrera militar para terminar bombardeando ciudades, casas, matando civiles y a ser posible niños para salir en los medios, con una hora de cursillito valdría para salir aprobado. Uno pensaba que la carrera militar era para aprender a defender un país, un territorio, pero entre otros militares, no entre unos militares contra civiles. Así cualquiera. Unos tienen las armas más poderosas compradas con el dinero de todos, los otros solo tienen la lágrimas y el barro, el dolor y los ladrillos rotos, las muertes y la sangre. Unos disparan desde un despacho o desde una silla dentro de una herramienta cara que sirve para matar. Los otros simplemente esperan a ser asesinados por los artilugios caros de la guerra.
Pero matar civiles tiene un gran problema, acrecienta los odios, los dolores intentos e internos, la rabia y las irresolubles posibilidades de lograr la paz. Matar civiles es lo más caro en el largo plazo, es lo que hace que las guerras nunca terminen en paz. Matar civiles con armas tan caras es una pérdida de efectividad, para eso está el terrorismo canalla.
La fotografía es de Mohammed Salem en Gaza