Nadie sabe cuando los pobres se cansan
de ser pobres. Pero los pobres también se cansan de ser pobres. ¿Y qué hacen
los pobres entonces? Pues esa duda es a la que juegan los políticos de tensar
las cuerdas, los que sonríen cuando dan la cara los segundones para decirnos
que nos la han metido cruzada, los que ponen cara de circunstancia cuando
modifican una ley para jodernos.
Ellos nunca saben en qué momento los
pobres de derechos y lo de hambre se cansarán de ser pobres, pero se imaginan
que todavía queda trecho.
A la izquierda nos sucede lo mismo.
Todavía creemos que nos queda espacio para lograr repescar a los pobres de
dignidad robada y que estos nos sigan apoyando fielmente. Creemos que todavía
no los hemos abandonado suficiente pues les decimos constantemente lo mal que
lo hacer “los otros” e intuimos que con eso cumplimos el papel de oposición.
Llegamos a pensar que siempre somos —para los pobres de posibilidades— mejores
que los de derechas.
Pero los pobres de trabajo se están
cabreando mucho y sus reflexiones no las conocemos. Sabemos que ya nos dicen
que todos somos iguales, que somos tan incapaces como todos, que no se fían de
nadie, que los sillones del poder en todas sus variables están vacíos de pobres
sentados, que están hartos de aguantar para nada a que pase el chaparrón, que
no ven ni futuro ni luz, tanto para ellos como para sus hijos sobre todo.
Pero a puntos de reventar, siguen
aguantando. No sabemos hasta cuando. No sabemos hasta “como”.