Desde la izquierda asentada no estamos entendiendo nada. Y
debemos empezar a verlo y analizarlo con calma pero sin dilación; o nos esperarán
a todos los que tenemos menos posibilidades económicas unos años realmente muy
malos.
Si en pleno cambio incluso de civilización —de sistema de
vida, de sociedad— desde la izquierda no sabemos plantear soluciones, nos
estamos disolviendo en la nada. Vamos divididos por leves problemas ideológicos
personales aunque no se digan en público.
No sirve de nada quejarnos, señalar aquello que hacen mal
los que ya sabemos que lo están haciendo mal. Eso solo no sirve de nada. Debemos
plantear alternativas reales y válidas. Debemos convencer desde las mismas
posiciones sociales de los que sufren la pobreza y el sufrimiento social. Y
debemos saber explicar los “cómo” de cada problema y de cada solución propuesta.
Gestionar no es diagnosticar. Es sobre todo resolver y arreglar. Solo vamos al
médico para que nos cure, no para que nos diagnostique o nos diga qué hemos
hecho mal en nuestra vida.
Los políticos acusamos a la sociedad de desafección, sin
reconocer que los primeros que practicamos el abandono somos nosotros sobre
ellos. No es fácil, pero sobre todo no es lógico que no seamos capaces de
ofrecer otro mecanismo de defensa política ante los abusos de las mayorías que
hacer manifestaciones, salir a la calle a gritar, mostrar pancartas sujetas por
cuatro personas y siempre por los mismos. Hay que sentarse y buscar
alternativas. Y no levantarse hasta encontrarlas, o abandonar.
Es ilógico, políticamente un gran error, que haya partidos
políticos de izquierda que no dispongan en su organización de secciones —o como
las llaman en cada organización— dedicadas exclusivamente al desempleo, a los
jóvenes, a la tercera edad, a la pobreza. Es una triste vergüenza que no tengan
secciones compartimentadas sobre estos temas. Y un gran error para la política
que representan.
Hoy ya no debe haber espacios compartimentados para la cultura, sino
para la educación. Sin educación no se aprovecha la cultura.
Junto a secciones de juventud debe haber otras de tercera edad.
Los sindicatos o los partidos políticos o las asociaciones sociales
deben practicar la formación profesional de calidad y continua de otra forma
totalmente distinta. La mejor manera de defender a un trabajador es enseñándole
mucho más y dotándole de herramientas para que se independice de su trabajo
para otros.
En los órganos de dirección de los partidos políticos de la izquierda
debe haber un mayor número de personas que vengan del mundo del trabajo en
empresas y talleres o del comercio y las PYMES.
La trasparencia o la honradez en un partido político de izquierdas no
son nada. Nunca hay que hacer alarde de ello. Es lo lógico y básico. Pero hay
que entender que la trasparencia es también parte de la información y el saber
compartir algo básico.
Hay que saber hablar a los ciudadanos que sufren, a los que han perdido
en esta crisis o a los que están perdiendo derechos. A los que trabajan para
toda las sociedad, a los que lo hacen para sobrevivir. Hay que ayudar con las
decisiones importantes. Y enseñarles estas soluciones tras explicarlas muy bien.
Nunca hay que tomar decisiones que sean de carácter menor y después hacerlas
públicas. La sociedad necesita —está esperando— soluciones a sus problemas que
siempre son grandes, globalizados, tremendos. ¿Qué pensará un desempleo que
lleve 3 años sin trabajo cuando lea o escuche que un partido político ha
reclamado una farola, cubrir una acequia, solicitar un festival de cultura
popular? Estas decisiones se toman en la gestión normal pero nunca se dicen. Es
lo que se espera de ellos.
La fuerza de transformación social —en estos momentos— ya no
la tienen los partidos políticos, pero en cambio no es posible resolver las
situaciones sin contar con los partidos políticos. Sin partidos políticos las
sociedad se convierte en una sopa de personas obedientes que simplemente
laboran para otros. Sin partidos políticos unos abusarán sobre los otros mucho
más que ahora.
Pero en cambio la inmensa mayoría de la sociedad actual no
respeta a los partidos políticos y los considera unos incapaces cuando no unos
corruptos. La responsabilidad es sobre todo de los partidos políticos y de sus
dirigentes. Pero no tanto de los de primer nivel, como de los de segundo nivel,
incapaces por dejación o por miedo a perder su silla, a plantar cara ante el peligro
de perder el cómodo puesto de segundón. Increíble, pero cierto.
Los “aparatos” de los partidos políticos de izquierda —los
de derecha me importa muy poco como actúan— son unas oficinas de asentamiento
anclado, de control férreo, incluso de dictaduras personales disimuladas. Se
repitan las mismas personas como si fueran empresa familiares, de larga
duración. Y cuando hay recambios se
intenta que sean tutelados, de la misma honda, sin capacidad para poder
criticar seriamente lo que se ha realizado con anterioridad.
No se cumplen los problemas políticos con los que engañamos a las
sociedad cada cuatro años. En muchos casos sabemos que son imposibles a la hora
de crearlos, aunque respondan a la ideología de cada partido.
Actuamos en el ejercicio del poder como si realmente el poder fuera
“nuestro”, un activo personal, algo que se compra y se posee.
Nos equivocamos al planificar nuestras actuaciones en el medio plazo.
Nos dejamos llevar por la manipulación del contrincante que nos entretiene con
señuelos para manipular.
Nos convertimos en piezas necesarias dentro de un juego político que lo
marca quien manda y en el que caemos como bobos. Acción-reacción. Y aquí nos
tienen pillados. Yo te insulto, tú me respondes. Yo te planteo una reforma, tú
me dices que es mala. ¿Y por qué no planteas tú mismo “otra” reforma u otra
posibilidad política?
La izquierda es la más maravillosa organización política para trabajar por la
sociedad. Pero se la engaña desde la derecha —o desde la izquierda conservadora—
con gestión de barrios, de ciudades, de asociaciones, de temas menores. Allí
van la mayoría de los mejores músculos, a pelear con los temas menores. El
divide y vencerás sirve para trocear fuerzas y personas en diversas tareas
menores, para que no se ocupen de la política real. Y la izquierda cree que
arreglar bancos es lo mejor que puede hacer para los barrios, o pelear mil
veces por una piscina lo mejor que puede hacer por una Comarca.
Desde la izquierda no hablamos con claridad con la sociedad, no
comunicamos bien, tenemos miedo a recibir las miradas de las sociedades. Aunque
esto último siempre lo neguemos con vehemencia. Participar con todas las
asociaciones sociales de calle no indica que sepamos qué le sucede a las
personas. De hecho estas asociaciones, imprescindibles por su trabajo, tienen
también una desafección muy alta entre la sociedad hacia la que trabajan. Su
trabajo es increíble, pero son pocas personas.
Gran parte de los activos personales de la izquierda se dividen entre
sus actividades políticas y sus actividades sociales, incluso priorizando en
muchos casos sus apoyos a la sociedad desde las asociaciones de todo tipo,
antes que desde sus partidos políticos, lo que demostraría un claro alejamiento
de la política ante su realidad social.
Desde la izquierda no hemos sabido explicar la teoría de los impuestos;
nos ha dado miedo. La ventaja de los servicios sociales públicos y del estado
de bienestar posible. De la realidad —incluso egoísta— de la inmigración si
somos capaces de integrarla. De la diferencia entre nacionalismo, federalismo y
separatismo. De la realidad del fraude fiscal. De la importancia de los
sindicatos honrados. Del papel de las religiones y de los poderes ocultos en
las políticos reales. De la importancia de unos medios de comunicación libres,
capaces, económicamente viables. De que el consumo desaforado es la herramienta
que tienen “los de arriba” para sujetar a los de debajo por vida. Que hay que
valorar más la naturaleza y que nuestro mundo no nos pertenece a nosotros, sino
a todos los que vivirán después de nosotros. Del valor de la política en una
sociedad democrática real; y al revés.
Pero hay que ir más allá. Los partido políticos deben tener
otro tipo de financiación. Algo que nos suena hoy a imposible. Por un lado no
debe ser financiación pública en mayor forma de la actual. Pero tampoco
financiación privada sin conocer de donde, contablemente separada y trasparente
y con unos máximos muy claros y pequeños. Y por otro lado la afiliación es
mínima. Este entramado hay que resolverlo para dotar a los partidos políticos
de más independencia de bancos y de trampas. Es necesaria una cantidad mínima
para funcionar bien. Locales, estructura, capacidad de comunicar, de gestión
digna. Así que solo queda control exquisito del gasto, sobre todo en campaña
electorales, fiestas de partido, etc.
Por otra parte hay que trabajar más y mejor con las
Fundaciones y Asociaciones Políticas, nunca como herramientas de descontrol
económico ni como sistema de financiación encubierta, sino de ofrecer debates y
soluciones diferentes a la sociedad desde cambiantes ópticas. Y sacar de los
armarios llenos de polillas a estas Fundaciones que en la mayoría de los casos
no son conocidas por la sociedad. Crear una red de Fundaciones nunca paralelas
a los partidos políticos, pero si dentro de la afinidad ideológica y el control
exquisito del diseño de su marco de trabajo. Libertad total dentro de un
espacio claramente marcado y enmarcado. Aunque esto suene desde la izquierda
como una manipulación. O se diseñan herramientas que nos lleven hacia los
objetivos o nunca llegaremos a ellos.