Desde la política y sobre todo desde la izquierda por ser la
posición social que más conozco, tenemos poca capacidad para alejarnos de las
situaciones y observarlas desde fuera.
Como antiguo jugador de ajedrez, en algunas de mis partidas
de campeonatos observaba que los jugadores mayores se separaban del tablero y
lo observaban como si fueran un campo de batalla. Yo era un crío y les ganaba,
pero siempre pensaba que eran formas, simples formas para impresionar al
oponente, pues los tableros hay que tenerlos dentro, muy dentro, para una vez
interiorizados saber reordenar posibilidades, ataques, defensas o abandonos.
Con el tiempo he descubierto que es imprescindible saber
salir del castillo, ponerte en una posición ajena “al dentro” y empezar a ver como si no
fuera contigo el asunto. Se ven muchas más posibilidades, sobre todo cuando
faltan las ideas. Estar durante un análisis —o mil— fuera del meollo no es
abandonar. Es simplemente intentar aprender mejor qué sucede.
En política no sirve estar siempre dentro y no saber
observar desde las periferias de las situaciones. Sobre todo si lo hacen los
que tiene el poder. Es el más gran poder que pierden los que ganan el resto de
poderes.
El político que ya no pueda salir a comprar a su mercadillo,
que no pueda hacer fila en el cine o tomar unos vinos en el bar de abajo, que
no puede coger el autobús urbano para ir al parque, está condenado al fracaso.
Si un político pequeño ha perdido el miedo a quedarse sin trabajo no sabrá
reaccionar bien ante los problemas de todos. Si nunca ha tenido la necesidad de
ascender en su empresa a costa de aprender a ser mejor y a valorar la
excelencia como la mejor herramienta, ha perdido una forma maravillosa de
entender lo que sienten los ciudadanos.