Alguien podría pensar equivocadamente que la facilidad en el
despido es positivo para la economía de un país, o incluso pasa las empresas.
Es un claro error al que nos han llevado las políticas globales y ciegas de los
malos empresarios y peores políticos.
No tengo duda de que para ciertos trabajos la facilidad en
el despido puede resultar neutra si el tipo de trabajo es excesivamente
rutinario y donde el componente del operario sea meramente mecánico. Para el
resto de trabajos siempre es un tropezón, un fallo en el funcionamiento de la
totalidad de la empresa. Nunca se contrata pensando en la facilidad del
despido, excepto en los últimos años, lo que juega en contra totalmente de la
productividad y la calidad del producto final, sea servicio o bien tangible.
Contra los mercados “muy baratos” no se puede competir empleando la facilidad
del despido y el sueldo tan barato como el competidor de esos países sin
derechos. De hacerlo así, estamos condenados al cierre como sociedad.
El coste de un despido es bastante más que una indemnización
y no lo tienen en cuenta todas las empresas. No voy a detallarlo, que cada
empresa lo adivine y se hunda cuando ella quiera o no pueda aguantar más, pero
despedir es siempre una mala solución, excepto que sea inevitable por diversos
motivos, no solo económicos. Pero en estos casos la facilidad del despido es
casi lo de menos ante el problema.
Para NO DESPEDIR lo principal es SABER CONTRATAR BIEN,
formar equipos eficientes y bien formados, seguir formándolos constantemente y
que todos ellos crean que su empresa, su puesto de trabajo forma parte de su
vida como parte importante de su presente. Y reconocer que no es lo mismo despedir
para decrecer que por recambio estructural, adaptación a nuevos servicios o
incompatibilidad de adaptación. Y en estos casos el trabajador que debe
abandonar la empresa debe irse con todos los derechos, incluso sobre todo y egoístamente
para la empresa, como ejemplo para los que se quedan.