Hoy en mi cama matrimonial hemos dormido tres. Nos lo habíamos montado así alguna otra vez, pero esta noche ha sido excepcional y sin pedir permiso. Todo un lujo. Todo un lujo para la cabrona que se ha venido a dormir a nuestra cama, que la verdad, ha hecho de todo menos dormir. He terminado la velada con seis picotazos de los gordos, de los de habones en relieve. Lo curioso y que nunca me había sucedido es que los mosquitos en León son silenciosos, no se les oye volar, van de tapadillo. He empezado a las dos de la mañana por los tobillos, luego en el canto exterior del pie derecho, que qué cojones de sangre habrá encontrado allí, me preguntaba medio dormido mientras me rascaba.
Pero me he portado como un hombre, no he despertado a mi mujer en toda la noche para que me lo matara. Ella entienden más que yo de mosquitos. Para esta noche ya le he dicho, tenemos que buscar un fixfray de esos que dejan mal olor. Ella, buena mujer donde las haya, me me ha dicho que no le han picado, que como solo pican las mosquitas hembra, van a por los hombres. Y que lo de ser silenciosos, que no, que hacen ruido como los de Zaragoza, pero que yo me estoy volviendo sordo. Encima de picado me llaman inválido del oído. Esta noche dormiremos con el balcón cerrado, pero antes debemos buscar a la mosquita. Tiene que verse con facilidad pues debe tener la tripa llena de sangre espesa. La mía.