La postura de Pujol en sus vacaciones veraniegas en el pueblo catalán donde pasa sus descansos eternos es de un descaro complicado de entender viniendo de quien se sentía honorable aunque fuera a costa de engañar durante 34 años a la hacienda catalana y española. Su actitud con los periodistas, su fingida sonrisa, su paseo con el guardaespaldas más es del siglo XV que del XXI, pero tenemos los españoles una capacidad de perdonar inmensa. Para eso nos creemos cristianos cuando solo somos y no todos católicos.
Jordi Pujol se cree todavía que sabrá disimular y que se entenderá que todo esto es un ardid contra Cataluña. Y lo curioso es que gran parte de los catalanes lo impulsarán casi como un mártir con tal de salvar su historia, la que quieren que siga siendo la imagen de la Cataluña Independiente y sobre todo mal tratada por la España negra. Jope.
Esa forma de Pujol para dominar los campos en lontananza, las calles de los pueblos empedrados con subidas y bajada es típica de la Edad Media y si no fuera por las cámaras parecerían imágenes de una serie de televisión, floja y falsa. Pero tuvo el detalle de hasta caerse para solad de los que buscaban la imagen de la derrota, de la caída, del descalabro. Pero Jordi sabe levantarse y sacudirse los lodos y las pajas.
No acudirá al Parlamento catalán pues dirá que él ya no es nada, ya no es nadie. Que a la Justicia sí que debe y que para eso está, para disimular, pues de momento lo admitido está todo proscrito. Quedará lo que salga y su familia, pero de eso ya veremos.
En las películas de mafiosos italianos, el malo de traje negro siempre termina en su despacho con un picado de cámara que se va acercando hacia la sien. Pero en España llevamos chaquetillas de punto gris claro y no mola mancharlas.