Ningún político debería tomar una decisión importante sin
antes consultar con los técnicos. Digo consultar, no obedecerles. Esto parece
básico pero no es así como funcionamos. El político muchas veces se comporta como
una persona que conoce todo y de todo hasta un nivel intermedio del
conocimiento global. Bien, es el responsable de tomar las decisiones. Pero las
situaciones se complican cuando el nivel de los políticos que llegan al poder
es el que permite el sistema que tengamos, sobre todo por mal respeto social hacia
una figura que debería ser más importante, más considerada.
No me cabe duda que los líderes de los partidos sí que
tienen ese conocimiento, pero al gobernar hay que llenarse de cientos —si no
miles— de puestos de responsabilidad que muchas veces trabajan sin el nivel
necesario en materias específicas y lo que es peor, con una prepotencia que les
lleva a defenderse a través de una coraza que les impide consultar a terceras
para no perder poder teórico.
Pero luego viene el tercer problema añadido. El nivel de los
técnicos a los que se puede acceder a consultar es el que es, no es el mejor, sobre
todo en niveles bajos o intermedios de los asuntos. Los mejores técnicos independientes
no quieren participar en consultas desde la política. Los mejores técnicos o
intelectuales no quieren verse implicados detrás de unas siglas, de unas
figuras políticas, de unas ideas determinadas, aunque solo se les solicite su diagnóstico
personal sobre un asunto de utilidad pública.
Y mientras tanto la mediocridad pesa excesivamente sobre la
toma de decisiones.