Crecen las desigualdades y crece el hambre de verdad, el de
dolor de estómago, no el de vicio. Crecen los niños que no desayunen bien o
comen muy pocas proteínas, pero también crecen los ancianos que se alimentan
muy mal o los adultos que tienen que elegir entre sus hijos o ellos.
Y estoy hablando de países desarrollados, de países
occidentales, no de los que ya ni miramos para no entenderlos. Crecen las
personas que buscan entre las basuras en la España en crisis, incuso aumenta el
mercado de alimentos de la basura, lo que es el mercado tremendo de la
necesidad.
Pero mientras tanto nos desesperamos por los millones de
kilos de fruta y verdura que los rusos nos obligan a tirar a la basura. O
enseñamos en la televisión los melocotones que les habíamos vendido y que se
van a pudrir para demostrar en el cinismo más absoluto que son de mejor calidad
y tamaño de los que nosotros mismos podemos comprar en nuestros mercados. Somos
imbéciles entre otros adjetivos.