Los niños aprenden lo que hacen, pensando que lo están haciendo. Los adultos en cambio ya hemos asimilado lo aprendido y lo hacemos sin pensar que lo hacemos. Los niños tienen un momento en que van pasando sus conocimientos de una fase a la otra, lo que convierte —lo aprendido— en hábitos, y esto es muy importante para que queden fijados definitivamente.
Si le enseñamos a un niño a recoger su cuarto o a limpiarse los dientes todos los días, mientras esté en la fase de tener que pensar que lo tiene que hacer y lo está haciendo, todavía está en condiciones de olvidarse de su importancia y al final no hacerlo. Pero en el momento en que logremos que lo haga sin pensar, por rutina, sin esfuerzo, entonces será ya mucho más complicado que lo deje de hacer.
Por eso los buenos hábitos hay que repetirlos mucho en las primeras fases, para que se conviertan en rutinas interiores. Pero mucho cuidado con exigirle acciones para las que no está preparado. Estaremos destruyendo su natural deseo de aprender con gusto. Nunca hay que forzar el aprendizaje, si no se dan las condiciones.
Y recordar que cada niño crece y asume sus posibilidades a diferentes edades. Nada es cerrado, los hijos de los vecinos pueden ser distintos al nuestro.