Si estás triste, si se te olvidan la cosas, si hoy no tienes ganas de hacer nada, si te estás dando cuenta que las cosas no han salido como pretendías, si crees que te has equivocado en parte de tu vida, si comes más o menos que antes, si te sientes mayor aunque solo tengas 50 años, si a veces compras compulsivamente, si ahora eras un despistado, si el sexo te atrae menos que antes, tienes algunos problemas casi normales en todo ser humano, pero NO tienes una depresión.
Está de moda tomar pastillas para lo que es habitual en la vida de todo ser humanos, que haya cambios y a veces estos no sean positivos. Hoy la inmensa mayoría de españoles han tomado pastillas para dormir o para despertarse, para tranquilizarse o para ponerse más activos. Para ser más optimistas o para ser más atentos.
Si acudimos a un profesional médico con los problemas, y además tendemos a ampliar los síntomas para tener razón en que algo nos sucede, estamos obligando al médico a tener que diagnosticar un problema pues para eso hemos ido. La presión de los laboratorios hacen el resto. No es fácil salir del médico convencidos de que no tenemos nada cuando hemos ido sabiendo —pues lo leímos en internet— que nuestros síntomas son graves. El médico tiene la herramienta perfecta. Unas pastillitas de nada y a volar. Eso si, son pastillas que no se pueden dejar cuando uno quiera, estás atrapado para siempre o para varios años.
Si saliéramos convencidos de verdad de que esto que nos sucede es normal pues la vida no es un camino recto, si saliéramos sin pastillas, nos curarían los síntomas las palabras del médico de igual forma que las pastillas blancas. Pero no sabemos salir convencidos solo con palabras. ¿Es posible en 4 minutos de atención del médico de familia poder resolver una depresión leve, un duelo por la pérdida de un ser querido? SI, con pastillas. Es el método más rápido y más caro.