La sabiduría popular nos dice con acierto: “Vísteme despacio que tengo prisa”. Si te empeñas en hacer rápido aquello que es urgente lo normal es que lo tengas que hacer dos veces. Si algo es importante, no lo dudes, sobre todo es importante que lo hagas bien.
Los días tienen 24 horas, todos, pero no a todos nos da la misma sensación de eso. Nos agobia que parezca que hay días de solo 25 horas, que no nos queda tiempo ni para dormir. Sin duda ya hemos restado los tiempos de comer, pues no se come. Esto es un error, hay que planificar o replanificar.
Es importante saber decir: “Sí. Si pero no ahora”. No digas no, dale la oportunidad planificada por ti de que tienes otra solución para que sea posible. Dile siempre si, pero a partir de ese momento marca tú los tiempos y cúmplelos por encima de todo. Los has puesto tú.
Hay trabajos que no nos gusta hacer, esto sucede a todo el mundo, pero posponerlos solo agrava la sensación de que se convierten en eternos. Si no nos gusta hacerlo tenemos dos opciones. Decir que NO, y eso no lo recomiendo, o ponerse a realizar cuando le corresponda como si fuera otra tarea más. No tengas miedo ni asco, simplemente es que no todas las tareas son iguales.
Los trabajos sencillos a veces se pueden complicar. Y muchas veces no nos dejamos un espacio para poder emplear cuando algo se nos complica. ¿Sabemos calcular cuanto nos cuesta cada cosa que hacemos? ¿Y de donde podemos robar cinco minutos, quince minutos al cabo del día?
Organiza bien tu agenda, tu libretas, tus notas. No es perder el tiempo, es ganarlo. Revisa lo que escribes, apunta y tacha. A veces tener apuntado algo nos simplifica la solución de algo, pero hay que tenerlo organizado. Consulta y limpia, y no te fíes de esos consejos maravillosos que dicen que hay un programa maravilloso. A algunas personas le funciona de maravilla. Y a otros les funciona mejor la agenda de papel. Otros las tarjetas que rompen y tiran. “Cada maestrico, tiene su librico”, decían los ancestros abuelos.