El otro día descubrí en una tienda de barrio que todavía existen los “Cuadernos Rubio” que son una institución de nuestros veranos de niño. Luego vinieron los cuadernos de vacaciones con colores y problemas simpáticas, pero los Cuadernos Rubio marcaron nuestra forma de entender lo aburrido que podría ser aprender, si no lo dulcificaba alguien.
Ya no son verdes sino blancos y cremas para disimular —o al menos así eran los de la tienda en que los vi—, pero eso si, emplean las mismas técnicas de escritura, problemas o cuentas.
Entonces, hace décadas de ellos, no se estudiaba matemáticas sino “cuentas” o si eras ya un poco mayor te planteaban los “problemas” o “quebrados”. ¿Se siguen estudiando quebrados? Incluso ahora hay Cuadernos Rubio para aprender inglés.
Los mejores siempre han sido los de preescolar, los de hacer rayas y completar dibujos pasando el lápiz por encima de los puntos. Te creías un artista pues completabas aquellos bocetos tú solo sin ayuda de nadie. Y los terminabas coloreando. Y además como tenían pocas páginas nunca te cansabas pues creías que los ibas a acabar enseguida. Nunca imaginabas que los padres tenían más en el cajón.