Un (ayer) sábado y en una importante ciudad del Reino Unido, a las 18,25 nos han echado casi literalmente de una gran librería de cuatro plantas, pues cerraban a las 18,30. Incluso la educación de los gestos era dudosa para lo que un cliente español suele admitir, pero en esta librería inglesa el resto de clientes actuó rápido para salir del edificio. Los únicos sorprendidos fuimos los tres españoles.
Es un ejemplo de que hay muchas maneras de entender la rentabilidad de los negocios, de los servicios, del comercio, de los horarios de los trabajadores. No hay una única manera de entender las relaciones laborales ni las relaciones y servicios para/con los clientes. Son diferentes formas.
Tan personas somos los clientes como los operarios que trabajan en el comercio. Los mismos derechos y respeto tienen unos y otros. Y todos lo deberíamos comprender. En el mercado laboral español las propias empresas presionan para atender a los clientes vengan a la hora que vengan, soliciten lo que soliciten. Y si no es así, el cliente tiende a cambiar de comercio o servicio. Como clientes no buscamos tanto unos servicios buenos como unos servicios clientelares cuando no con ribetes de ligero esclavismo.
Cada día más los trabajos son puntuales y todos en un momento dado (o en mil) terminaremos sirviendo a otras personas. Y tal vez entonces entendemos mucho mejor que un buen servicio se asienta sobre todo sobre unos comerciales atentos pero contentos. No serviciales sino profesionales. Si admitimos que un médico nos de hora de atención para dentro de dos días y nos haga esperar 30 minutos, es complicado admitir que exijamos a un peluquero o a un comercial de una tienda de golosinas que nos atienda en el acto y fuera de su horario laboral.