Hace 25 años se nos abrió el Muro de Berlín y con su caída se nos abrieron las carnes de una Europa que empezaba a cambiar luego hemos sabido que a peor. La alegría de todos nosotros tapaban una realidad que no vimos entonces, que aquella reunificación muy deseable y recibida con alegría por todos era la libertad para las personas que se veían obligadas a tener que vivir separadas por un muro, pero también la pérdida de un enemigo necesario, para que los amos de los mercados no abusaran con más trampas.
En la imagen vemos a unos soldados de la Alemania del Este, asomados y sorprendidos mientras la sociedad de Alemania Federal estaba revuelta intentando romper una vergüenza. Todos estaban sorprendidos, todos eran iguales, no eran distintos, eran personas.
Los muros de la vergüenza, sean en Melilla, Berlín o Jerusalén, son separaciones contra las personas, nunca para frenas las ideas pues estas no quedan contenidas entre unas paredes. Los muros son para meter miedo, para dividir libertades y tener a esclavos atrapados en una red. Hace 25 años tiramos uno, pero se levantaron otros sin ladrillos, el muro del hambre, del desempleo, de la miseria, de la pobreza, del Norte contra el Sur. Seguimos igual o peor.