Innovar parece una obligación de estos tiempos tan urgentes. Pero innovar es modificar, es cambiar y por ello, una de las leyes básica en todo proceso de innovación es cambiar a mejor, es mejorar los procesos o el servicio o el producto.
Todo lo que se cambia, solo puede ir a mejor o a peor. Si va a mejor es innovar. Si va a peor es equivocarse. Por eso solo aquellos procesos que nos lleven a mejorar el producto final se les puede considerar innovación.
Pero puede suceder que un proceso de innovación sea una obligación sobre un producto o servicio bueno, que no necesita en principio mejorar. Esto puede suceder si todos los procesos o productos inferiores sobre los que se compara sufren transformaciones y cambios buscando su innovación. Si el anterior, el que era considerado mejor, no cambia, será considerado “viejo” o antiguo. Aunque todavía siga siendo mejor que el resto.
Es muy complicado dictaminar en qué medida se considera un producto o servicio mejor que otro parecido; pero en cambio es muy sencillo determinar que algo ha mejorado innovando, sobre todo si nos lo explican a través de un anuncio directo o indirecto.
Algunas innovaciones solo buscar el conservar un puesto en el mercado. Y si no suma un valor añadido al anterior, el mercado nos enseñe y obliga a que debe mostrarse alguno, para que se perciba como una mejora en innovación que sea importante para quien lo compra o consume.
Los jabones en polvo para lavadora saben mucho de este juego vacío. Cada poco tiempo sacan a la publicidad un producto con “algo” diferente que la añade una característica mejor. Aunque solo lo parezca y nunca lo sea. Más blanco, más azul, menos contaminante, más duradero, menos tiempo, más sencillo, más reconocido por alguien con nombre, todavía más blanco, etc. El caso es presentar como innovación algo que simplemente es un cambio de anuncio. Eso no es innovación, pero tampoco muchas de las reformas que se nos venden como innovación y que muchas veces son adaptaciones desde sistemas ya muy antiguos.