No parecemos aprender. Ya hace casi 100
años, en 1917, avisábamos —se avisaban ellos mismos en los EEUU— que el consumo desaforado de papel, sin sentido, era
consumir energía que no debíamos desperdiciar.
Estábamos en periodos bélicos y
había que cuidar el consumo de energía.
Ya nos planteábamos que el mundo es
finito, que nuestras posibilidades consumistas debían ser controladas pues eran
insoportables o en el menos malo de los casos eran impagables, aunque
tuviéramos dinero para comprarlas.
Seguimos en el mismo punto de partido que en
1917.