En las últimas semanas por mis viajes al Reino
Unido he visto a decenas —pues no quiero decir centenares— de mujeres como la
de la imagen. Con vestidos negros o alguna vez crema, casi siempre jóvenes que
no están ancladas en la Edad Media, que usan teléfono móvil, que llevan a sus
hijos con vestidos modernos, a veces acompañadas de sus maridos que iban
vestidos con vaqueros o con jersey de colores chillones o con abrigos
elegantes. Pero ellas escondidas entre las telas.
La sensación personal siempre es la
misma. Ellas van así tal vez por que quieren, no sé si por imperativo mental, creo
que sintiéndose libres, seguro que por motivos religiosos, pero siempre acabo
preguntándome por qué sus parejas, sus hijos niños y sus maridos no visten de
la misma manera. Ellas quedan desaparecidas ante el ambiente, pero ellos no.
Las he visto en los aviones, en la calle, en los centros
comerciales, en restaurantes, haciendo fotos, paseando con sus hijas niñas que
en cuanto son jovencitas empiezan a ser vestidas con trajes largos y con
pañuelos. Es diversidad, pero es también discriminación por sexo, por libertad,
por inferioridad según los machos de la manada. Sus religiones lo entenderán
así, pero mi forma de entender la sociedad me crea graves conflictos.