Hay palabras que uno cuando las vuelve a encontrar se lleva al sorpresa del reencuentro y la chispa que ilumina los recuerdos. Esta vez fue “soplillo” en una tienda de Barcelona y la verdad, hacía mucho tiempo que no la escuchaba, menos que no la leía. Pero me gustó encontrarme con ella.
De pequeño, para mi “soplillo” fue un insulto como para muchos niños de pelo corto, tamaño justo y orejas salidas. Tenía orejas de soplillo y me lo recordaban para joderme. Y con musiquilla. Si te insultan con música y soniquete es más, si.
Con los años crecí bastante, me hice alto, siempre delgado pero alto. Nunca supe si el que me llamaran “orejas de soplillo” tuvo algo que ver en mi crecimiento desmesurado para la edad como forma de defensa, pero dada mi altura aquel canto se modificó como si en realidad las orejas hubieran menguado. Crecí muy rápido y los bobos ya no tenían orejas para llamarme nada feo.
Soplillo es además un instrumento que recuerdo de la casa de mi abuela en el pueblo de Soria, para azuzar los fuegos del hogar. No eran soplillos nuevos, eran siempre muy usados y con sabor a viejos, y los había de dos tamaños, me imagino que según tipos de fuego. Uno pequeño como pincel fino para dibujar llamas de olla individual y otro grande y más doblado para fuegos que nacen o se mueren. Soplillo. ¿Bonito no?