Desde hace muchos siglos y hasta mediados del siglo XX en España, la fuente de riqueza al menos en número de personas era la tierra, la agricultura y todo lo que ella movía en transformación de sus producciones. La fuente de poder real aunque no siempre se asumiera así, era la iglesia que dominaba las sociedades pues era la que estaba más en contacto con las personas sobre todo en los núcleos rurales. Era en realidad quien les enviaba los mensajes, las palabras, las doctrinas, los pecados y las virtudes.
Poco a poco la tierra dejó de ser el motor social de las economías para entrar en juego los medios de producción, las fábricas, la industrialización. Y la iglesia como estamento de control social perdió parte de su poder que tuvo que ser recuperado por los gobiernos que a través de diversos sistemas políticos empezó a controlar las sociedades con filosofías más depuradas, menos primitivas, más técnicas.
Pero en las últimas décadas es la inteligencia personal, la capacidad de innovación y de gestionar tecnologías y métodos personalizables de producción el que empieza a dominar la economía mundial, y por ello donde las persona ya no son el motor, las que mueven el mundo con su producción sino con su inteligencia. Son pues ahora las personas las que realmente pueden dominar su entorno, siempre y cuando los gobiernos no se conviertan también en “personas”, es decir en más abiertos, más personales, más participativos.
La inteligencia domina el mundo como antes lo hizo el sector primario. Es decir, poco a poco el sector terciario o de servicio se va adueñando del mundo a través de una diferenciación de los métodos inteligentes de producción y control social. Cada vez más las personas como individuos pueden controlar lo que antes hacían los gobiernos con sus ejércitos. Eso no quiere decir que no vayamos a tener guerras o que los poderes fácticos no sean capaz de reconducir los sistemas de control. Sino que las personas tienen cada vez más poder precisamente por su preparación, por su inteligencia emocional, por su saber interactuar con sus entornos. El consumismo es una herramienta de control individual, pues juegan con el endeudamiento y la libertad personal de decisión. Quien está atado a las deudas no es libre.
Para triunfar ya no necesitamos una gran extensión de terrenos agrícola. Ni una empresa productiva. Necesitamos una gran formación en temas muy específicos y capacidad de autogestionar esa inteligencia adquirida al servicio del autoempleo. No sirve solo con tener formación reglada, hay que saber gestionarla, administrarla, ampliarla desde diferentes vertientes, ponerla en valor, ponerla a trabajar para nosotros.