Las crisis mueven todo, incluidas la relaciones laborales como muy bien hemos podido observar. Pero esos movimientos son bidireccionales, afectan a todos los órganos y relaciones, inciden en todos los órganos del mundo empresarial y laboral. Y en la medida en que vayamos saliendo de la crisis iremos viendo auténticas desbandadas de personal cabreado, mal pagado, poco considerado, sin futuro, con el que se ha jugado y amedrentado, etc.
Los responsables de RRHH o como quieran llamarlo ahora tendrán un trabajo extra para intentar retener la excelencia, porque como es lógico, no se irán los aprendices ni los peones. Y si durante la crisis no se han practicado acciones encaminada a sujetar a las personas interesantes para cada organización, los fallos en las cimentaciones habrá que ir proveyéndolos antes de que sean inevitables y graves. Así que lo primero es un gran acto de contricción, de análisis de actuaciones en periodos de debilidad y ver si se van a volver contra la organización, que es muy posible que sea que si.
El segundo acto imprescindible es hablar. Pero lo digo mal sabiendo. Debe ser escuchar más que hablar lo que nos marque el camino a emprender. Hay que saber qué opinan los colaboradores de estos años muy malos, que son capaces de aportar como soluciones, y su capacidad para adaptarse a los sin duda nuevos cambios (otros) que se tendrán que realiza una vez que salgamos de la crisis.
No hablemos nunca de subir salarios, de poder cobrar más cuando la normalidad vuelva. Eso ya está pasado de moda. Habla de beneficios sociales, de formación, de jubilaciones, de seguros, de horarios flexibles, de conciliaciones familiares, de nuevos futuros.
Las personas buscan ser promocionadas y ser reconocidas. Buscan la seguridad pero también el que su trabajo sirva para algo más que para hacer funcionar una maquinaria pesada. Hay que convencer a las personas que son importantes en la organización, pero mucho cuidado, ya que mentir tras una crisis grave se nota, pues las personas se han vuelto muy poco creíbles.