Hoy hemos estado hablando con dos esclavos. Elegantes ambos, matrimonio, serios pero educados, nos han pedido poder colarse en la fila hospitalaria del preoperatorio. Ellos saben que son esclavos, pero lo disimulan con elegancia, debe ser la edad y al experiencia sumadas, tal vez la debilidad que otorga el esclavismo, el ser voluntarios de su propia situación que nunca admitirán negativa. Pero su edad bastante mal llevada les hacía más clientes de ser ayudados que de ayudar.
Ambos superaban claramente los 70, esa edad en la que se puede estar muy bien o aceptablemente mal. Y nos han pedido pasar por delante del anestesista pues iban con un nieto de medio año en un carrito y preferían que no estuviera mucho tiempo entre hospitales. Y tenían razón. Eran candidatos a ser ayudados, sin duda, y en cambio estaban de esclavos, trabajando de voluntarios en una consulta para ser operado él de cataratas esta misma semana. Se apoyaban mutuamente en su deambular por el hospital de consulta en consulta, todos a una. Con el carrito del nieto. El más responsable sin duda era el nieto que no ha despegado la boca en todo el trayecto por los pasillos, delante de nosotros en la vez, colados con sumo gusto para intentar estar lo menos posible entre virus.
Los esclavos se han ido gustosos poco antes que nosotros, llenos de gotas e indicaciones. El nieto se ha comportado como un hombre de seis meses, y los ha cuidado en todo momento.