Nunca sabemos desde donde nos miran, pero tampoco saben ellos con qué ojos miramos nosotros, a quien representamos, qué capacidad tenemos de llevarnos con la mirada unas sensaciones u otras.
—No sabe usted con quien está hablando— y efectivamente no lo sabemos. Pero tampoco la otra parte sabe quien está escuchando, con quien espera tener razón, a qué se dedicará quien escucha, con todo aquello que se lleva.
Los ojos siempre son negros, o casi. Y siempre son penetrantes y misteriosos. Ojo con las palabras, pues siempre son vistas con ojos oscuros.