Tras una visita a los ahora denostados zoo ha salido pensativo con esas serias dudas que llevo años mascullando sobre donde estamos, qué somos, qué derecho tenemos para comportarnos así con el mundo que hemos recibido. Y sobre todo cuál es el motivo para creernos con más derechos que el resto de compañeros de planeta.
Ha sido tras estar un tiempo viendo a los chimpancés, cuando me he dado cuenta que en realidad no somos mucho más que todos ellos. En un momento dado ha salido de la zona donde estaban más ampliamente vistos los ejemplares de chimpancé y me he dirigido hacia otra cristalera desde donde lograr una fotografía mejor. Al llegar allí me he cruzado con tres que se dirigían a escasos centímetros de mi hacia una zona escondida, guiados por un ejemplar de pelo canoso. La mirada ha sido fulminante, exquisitamente humana.
—¿Por qué nos miras?— he sentido que me decía con la mirada de desprecio. He reconocido un diálogo no verbal entre semejantes, como lo que puedo intuir en reuniones de trabajo, en diálogos duros entre humanos.
¿Donde está la separación, el punto donde nos queda claro qué es un humano y qué no? Puede parecer la duda un maximalismo, una idiotez, un absurdo ya muy aclarado. Pero he sentido en ese momento esa mirada inteligente de quien sabe qué decir y comunicar con un simple gesto. Algo que los que tenemos animales de compañía sabemos entender de otra manera pues nos hablamos no verbalmente con nuestros amigos, muchas veces todos los días.
Aquel chimpancé de pelo canoso me ha parecido muy humano además de muy cabreado conmigo por estar mirándolo en su casa, sin ser invitado por él. Debo estar tonto.