Todo es relativo, aunque nos cueste mucho entenderlo así, nada es eterno ni fijo. Las situaciones que sufrimos, las que gozamos, lo que tenemos, lo que deseamos pero nunca logramos tener.
Todo es relativo incluso aquellas situaciones que nos hacen sufrir mucho y no somos capaces de encontrar salida o mejora. Incluso a veces dependen de nuestra forma de encararlas, de vivirlas.
El problema no es en muchas ocasiones lo que nos está sucediendo, sino la forma en cómo estamos enfocando lo que nos sucede.
Nuestra forma de mirar, de comportarnos ante un suceso, una acción determinada, es mucho más importante para ser negativa o positiva, que la propia acción en concreto.
Ante la misma situación, hay personas que reaccionamos de una forma determinada y otras de una manera totalmente diferente.
Ese relativismo en la forma de reaccionar es lo que nos condiciona y nos facilita a la vez el poder elegir la forma de comportarnos, para elegir la más leve, la que menos daño nos haga, la que más va a facilitar que podamos salir bien de los problemas.
Todos asumimos que siendo todo relativo, es normal llorar ante una situación o tomárselo de una manera mucho más sencilla y positiva. Depende de cada uno de nosotros, nunca depende de los que nos observan.
No hagamos tanto caso a los que creemos condicionantes de la sociedad, pues cada persona es un mundo y cada uno tenemos nuestra particular forma de pensar y actuar.