Hay una teoría muy cierta que nos señala sobre las consecuencias negativas hacia la personalidad libre de los alumnos que entran en el sistema escolar y formativo de las últimas décadas, pues se trata —sin decirlo para no asustar— de domarlos hacia un sistema social que les reprime hasta restarles sus imaginaciones, sus ideas propias, para lograr de ellos una personas válidas para lo que en esos momentos se necesita según la sociedad y el sistema económico, laboral y social donde se está incluido.
Por este sistema educativo, de admitirlo, las materias que se ofrecen a los alumnos —es decir a los niños, futuros adultos y llenos de imaginación y libertad— son unas pautas en formación hasta doblegarlos en la dirección que creemos en cada momento más útil para el sistema, incluso para ellos mismos como personas. No estoy hablando de una conspiración mundial extraña, sino de una decisión con su lógica aunque no la admitimos todos.
En el camino de esta educación definida para crear individuos “necesarios” perdemos muchas capacidades innatas de crítica a lo establecido, de exploración de los diferente, de los distinto, mucha pérdida de la sensibilidad, de la capacidad crítica para seguir teniendo imaginación cuando somos adultos. Esta uniformización de la sociedad, además de llevarnos a restar posibilidades discrepantes, nos lleva a una competición más dura entre las personas para poder sobresalir entre todos y con eso también, un abaratamiento de los costes laborales entre las personas, pues no hay casi sobresalientes. Sólo esos serán los que podrán ascender hacia la excelencia.
En los últimos tiempos solicitamos desde el mundo del trabajo lo contrario. Personas que sobresalgan por su especialización. Pero no sólo laboral, sino de forma de pensar, de analizar, de plantear ideas diferentes, de saber mirar los problemas desde otra óptica. Es decir, primero “capamos” la diversidad en las escuelas o incluso en algunas universidades, y luego solicitamos esa misma diversidad acentuada pues nos estamos dando cuenta que es muy positiva para la productividad real de los países, antes de las empresas, primeros de las personas.
La educación escolar está siempre en contínua transformación, algo lógico si sólo buscáramos la excelencia. Pero es que además algunos buscan la adaptación al entorno, y esto pareciendo lógico tienen la gran pregunta detrás. ¿Quien tiene que marcar el entorno sobre el que nos tenemos que mover en el futuro? ¿por qué incidimos sobre los niños, frenando sus capacidades de imaginación o crítica, si cuando sean adultos con capacidad para gestionar el futuro de todos, habrán pasado al menos 25 años desde que iniciaron su formación escolar?