El amor no siempre se puede atar enganchado a unos hierros. El amor no siempre tiene fecha de caducidad, a veces dura toda la vida posible e incluso la ya imposible. Por eso los candados se pueden pudrir antes que el amor, o al revés. De estos amores atados no sabemos cuántos duran hoy y cuántos se han deshecho antes que la propia materia metálica del candado, perdiendo la vida.
Todos empezaron nuevos, brillantes, bonitos, pero todos hoy son de otra materia. Unos continuarán y otros se habrán roto. Pero los candados oxidados quedan como elementos ejemplares de que nada es eterno, incluso la muerte. No porque pensemos que se puede resucitar, sino porque en realidad también el estado de podrido desaparece hasta convertirnos en polvo. Sí, estoy hablando de los candados.