Esta tarde en la Grand Place de Bruselas cinco jóvenes tunos españoles han logrado hacer corro en mitad del lugar emblemático y se han puesto a cantar canciones españolas durante más de media hora. La juerga ha ido en aumento impregnando la alegría a unos grupos de chicas españolas y a unos matrimonios francófonos que se han puesto a medio bailar al son del "Porompompero" y "Clavelitos". Yo no soy muy dado al aplauso visceral y patriótico, pero debo reconocer que aquello tenía su punto de curioso, pues el grupo se ha ido agrandando hasta las 100 personas, envueltos en una música ramplona que nadie de fuera entendía.
Bélgica está bastante cuidada por españoles que se han ido quedando, algunos han venido a estudiar y otros a trabajar o en empresas de servicios o en labores administrativas para la Comisión europea o para el Parlamento, sin olvidarnos de ese gran número de hijos y nietos de españoles que tras venir como emigrantes, se fueron quedado en estas tierras totalmente acomodados en un país que ya es el suyo. Hoy hemos estado con David un joven nieto de españoles que es guía de un museo de Bruselas. Él va a España algunos veranos para ver a tíos y primos que se quedaron en Sevilla, pero su país es Bélgica aunque hable un español perfecto y nada andaluz, pues su madre y abuela son de Madrid.
Son dos tipos de espíritu español en la administrativa capital de Europa. Dos formas de seguir manteniendo el espíritu español desde ópticas bien distintas. Hay un condicionante que deberíamos mejorar mucho y es el cultural en el más amplio sentido del concepto "cultura" como parte de uno mismo y de su "cueva" vital. Cultura es crecer, es cuidar, nunca debe ser aburrimiento, es formarse y ampliar, es trasmitir, es orgullo, es gozo interior, es respeto por lo que otros han hecho antes que nosotros. Tenemos muchos mimbres, pero los utilizamos sin mucha fe, sin ganas de valorarnos, sin autoestima, y nos dejamos manipular por los que ya vienen de fábrica sabiendo que la cultura es peligrosa y que antes de repartirla hay que manipularla y sobre todo segarla hasta la altura precisa para que se pueda dominar. Pero siempre en último momento somos cada uno de nosotros los que huimos de la cultura, o nos la dejamos podar a la altura de los tobillos.