Somos lo que creen y quieren los demás que seamos. Da igual lo que nosotros pensemos que somos, lo único real es lo que piensan de nosotros los demás. Aunque nos importe poco, y recomiendo que nos afecte menos. Puede ser una dicotomía, pues por una parte somos lo que otros quieren que seamos, y por otra creemos ser lo que nosotros queremos ser. A veces coinciden ambas formas de pensar, pero otras están muy alejadas.
Uno puede pensar que es guapa y simpática, u horrorosa y sosa, pero en realidad son los demás los que saben qué y cómo somos. Así que el único camino que nos queda es aprender de los demás, detectar cómo nos ven los otros a través de los resultados de la relación. Si la relación con el conjunto de personas no es parecida a la que tienen entre ellos todos los demás, es que algo estamos haciendo mal.
Si todos los chicos quieren venir con nosotras, es que tenemos “algo”. Si nos cuesta relacionarnos y además no vienen a quedar con nosotros, la cosa hay que mejorarla. Si tenemos dudas sobre lo negativo, no tengamos dudas, es que es negativo. Sobre lo positivo ya no funciona igual, pues algunas personas podemos tener el ego elevado al cielo.
No sirve de nada preguntar qué somos. Nos van a engañar. Lo tenemos que detectar con los resultados, con las relaciones, con ese sexto sentido que tenemos para leer entre líneas, entre miradas, entre relaciones de grupo. Si nos creemos simpáticos pero no se nos pegan, es que no somos simpáticos. En realidad somos la suma de muchos factores, podemos no funcionar bien en uno y ser maravillosos en otro. Pero lo importante es conocernos, saber qué piensan los demás de nosotros, y preocuparse poco por esto. Y ese “poco” debe ser para mejorar los errores.