Nos estamos dando cuenta que el turismo, la primera industria española, tiene un finito, no es una actividad que se pueda estirar como un chicle, el mismos chicle, como si fuera una sola gallina de huevos de oro, que ni se vuelve vieja, ni se cansa, ni es capaz de dar más de mil huevos al día. Como casi siempre, somos incapaces de construir antes de necesitar, de planificar cuándo se debe planificar, y no después, cuando ya no sirven las planificaciones viejas más que para engordas comisiones de trabajo inútil.
Este 2017 va a marcar récord de turistas de todo tipo en España. Bien. Muy bien. Pero algunos se van a marchar cansados, con la sensación de que se debe hacer algo mejor. Efectivamente, si nos comparan con muchos otros destinos turísticos repartidos por todo el mundo, seguimos ganando, incluso por goleada en algunos servicios. Pero estamos es el inicio que nos avisa de que algo hay que hacer para mantener, para mejorar, para planificar.
Tenemos dos graves problemas que de momento nos parecen imposibles. Y que si lográramos resolver, convertiremos en casi infinita —nada es infinito, lo sé— nuestra capacidad turística.
Desestacionalizar el turismo.
Ampliar los destinos interiores y planificando servicios en los destinos de playa
El turismo se ha desestacionalizado hasta donde sabemos hacer hoy. El turista quiere calor, quiere enseñar tripa o piernas, quiere sol. Y durante 8 meses de cada año esto es complicado de entregar en casi toda España, sin ponernos a pensar. Incluso lo es durante 6 meses en aquella España peninsular que goza de más turismo. Así que toca añadir más servicios al sol —cuidado con la nieve que también vamos camino de saturar—. Desde los clásicos y ya trabajados como la gastronomía, a los culturales, históricos, deportivos, formativos, de salud y bienestar personal, que todavía se deben mejorar y mucho.
Pero el gran trabajo debe ser ampliar destinos, donde ofrecer diferentes servicios es más cómodo y sencillo. El turismo de interior no debe ser sólo Madrid y Sevilla o Córdoba. Aprendamos algo de Extremadura, otro poco de la Barcelona de hace una década, de los Pirineos, de Balnearios, de Asturias y el País Vasco. De todos se puede aprender ideas ya resueltas. Incluso recomendaría algo más extraño. Observar algunos trabajos que se hacen en pequeñas localidades del interior de Castilla, de las Fiestas Patronales menos conocidas, de las diferencias que suponen para el turista observar las poco conocidas representaciones turísticas de la Comunidad Valenciana, Aragón o Murcia.
Si en localidades de costa y playa, cerramos los servicios públicos y privados desde octubre a abril por baja rentabilidad estamos haciendo un mal negocio al turismo. Esos entre 6 ú 8 meses suponen mucha mano de obra y bastante actividad turística y de relax. No es de recibo que haya localidades muy conocidas, hoy llenas a rebosar, que estén durante 8 meses “cerradas” en su casi totalidad. Cerradas incluso para los vecinos de la zona. Ni hoteles, cerrados casi todos los bares y tiendas o supermercados, nada de actividad pública de entretenimiento, casi nada de limpieza o servicios públicos de transporte, etc.
¿Qué se podría hacer para evitarlo? Pues tal vez modificar (o suprimir) algunos impuestos en temporada baja, que incentive abrir en otoño e invierno. Tal vez una inversión pública diferente en servicios a las personas. También promocionar la tranquilidad de los meses sin agobios. Y sin duda exigir a los hoteles que aunque a media actividad, sigan abiertos durante más meses, encajando rentabilidades desde acciones diversas. Nadie dice que sea fácil, pero estamos hablando de la primera actividad económica de nuestro país. Actividad por cierto, que siempre hay que actualizar y dotar de una seguridad altísima.