Hemos banalizado tanto esto de ser de izquierdas, que casi no merece la pena ya seguir insistiendo. Casi dan ganas de no ser de nada, o lo que es más lógico y comprometido, ser de todo. Ahora ser de izquierdas es flojo, no tiene enjundia, no está envuelto en cultura sino en salir a la calle, no es pensamiento sino gritos o silencios.
Una persona de izquierda debe ser alguien que dude y haga dudar, pero que al final dé trigo, que es lo único importante para las personas. Si sólo teorizamos somos unos incapaces, pues las teorías aunque son necesarias, lo son más las prácticas, sobre todo para que no las pongan a funcionar las derechas, que saben cortar muy bien las alas a la izquierda e incluso a toda la sociedad como buenos cazadores de negocios.
Ser de izquierdas debería ser algo más que un charco en el tiempo, más que un pequeño espacio muy temporal donde se dilapidan las ilusiones hasta agotar las ideas. Ser de izquierdas debería ser algo deseable, deseable no sólo por los de izquierdas sino por toda la sociedad, pero no por necesidad e injusticia, sino por la lógica humana del humanismo básico, una vez que ya sabemos bien que si dejamos el futuro a los laboratorios del mercado, estos se ponen a jugar y a jodernos. Ser de izquierdas debería ir unido a ser cristiano, pues las filosofías simples de ambos conceptos con la sociedad, son muy similares. Pero ser cristiano como filosofía no tiene nada que ver con ser católico de la Roma rancia.
Pero nos han engañado los que saben engañar con marcos e ideas propias, y nosotros los de izquierdas, no hemos creído en nosotros mismos y tampoco hemos sabido separar el trigo que hay que repartir, de la paja que sólo sirve para dar humo. Unos por listos y otros por tontos, hemos convertido la sociedad actual es un lugar apagado y gris, donde a lo sumo aprendemos a quejarnos, que algo es algo. Nos querían fuera de cobertura, y se lo hemos puesto a huevo.