El TTIP o el CETA son dos posibles tratados comerciales de los que desconocemos todo, y que en realidad les importa muy poco a la sociedad española. Todo un éxito de los negociadores, que han sabido apagar los focos y dar la impresión que es un asunto para empresarios y políticos ociosos. La culpa de este desconocimiento es de todos. Los listos simplemente han hecho muy bien su trabajo de crear un monstruo y esconderlo.
En el comercio del siglo XXI se trabaja mucho más que el simplemente vender y comprar productos como en los siglos anteriores. Entran controles de capitales activos o pasivos, de bancos que dejan incluso ellos de ser libres para estar dominados por empresas sobre todo de seguros, se regulan todo tipo de inversiones, de movimientos de dinero pero no de billetes, de materias primas o de control de la cantidad y precio de los alimentos, sin olvidarnos de un nuevo modelo de justicia o de controles de calidad tanto en los servicios como en los alimentos. A medio plazo ya se sabe que las grandes (muy grandes) empresas podrán controlar los precios de los alimentos (más que ahora) y a quien o a qué mercados se podrán dirigir estos. Otra forma más de presión contra países NO amigos.
En estos tratados TTIP y CETA, se diluyen las propiedades intelectuales, industriales y físicas de todos los productos. El jamón de Teruel se convierte en jamón; el vino de Borja en vino; la ternera gallega en hamburguesa. La competencia es algo que tiene más o menos legalidad en la medida en que tenga más o menos dinero para defenderse en tribunales privados sin posibilidad de recurso.
Los estándares de calidad alimentaria, sanitaria, farmacéutica o de servicios serán otros. Entrarán en España y en igualdad de condiciones las formas de controlar de otros mercados, mucho más laxos que los europeos. Y eso es salud.
El comprador tendrá más información final del producto, pero no información importante que afecte a nuestra salud, como información sobre seguridad en el pago o en el comercio electrónico. Tendremos mucha más letra pequeña en los contratos, muchos más productos financieros para diseñar en laboratorios económicos y más formas de vender sellos o acciones de empresas fantasma, eso sí a precio de oro, con la promesa de rentabilidades exquisitas. Crear empresas sin actividad real será sencillo, someterlas a los mercados bursátiles un juego. A partir de aquí, las manipulaciones son de lo más sencillo.
En España por poner un ejemplo, un consumidor puede reclamar y obtener respuesta a su reclamación. En los procesos que vienen esto es imposible por los enormes costes de los procesos. Si alguien se atreve a reclamar lo tendrá que hacer de forma muy colectiva y con un buen remanente económico para poder pagar por adelantado a sus abogados. Curiosamente los conflictos judiciales del TTIP y CETA se saltan varias leyes de la UE, pero como todo es negociable, todo es posible modificarlo, para que sean juzgados transnacionales y privados, los que sin posibilidad de recurso decidan qué está bien con arreglo a las leyes firmadas en los TTIP y CETA. Serán leyes que se firmarán al máximo nivel político y legal.
No estamos hablando de acuerdos comerciales entre países independientes, donde los firmantes puedan poner cláusulas para preservar sus propias leyes, sus propias formas de control sanitario o alimentario. Estos acuerdos se firman a nivel de los EEUU y la Unión Europea. En ambos casos pues, las leyes particulares de todos los Estados de ambas orillas del Atlántico, quedan al margen de la discusión. Ni California o Texas, ni Francia o España, podrán actuar al margen de lo que será un acuerdo mucho más global. Las leyes internas de cada Estado individual no tienen ningún efecto para la importación o exportación comercial de los productos. Y recordar que estamos hablando de todo tipo de productos, incluida la mano de obra, las medicinas, los transgénicos, las inversiones, la propiedad intangible.
Pero si es grave que te engañen en la carne del pollo, en los medicamentos o en el agua embotellada, imaginar por un momento en que se liberaliza totalmente todos los servicios y todos los productos financieros actuales y por venir. Bancos, hipotecas, alquileres, hoteles, servicios públicos, empresas inmensas que controlan los mercados de futuro en alimentación, fondos de pensiones, empresas de seguros, empresas de turismo, empresas vitales para las economías de algunos países, energía en todas sus variables, etc.
Y pensemos también que aquellos sectores que pueden ser estratégicos para algunos países pequeños, pueden ser comprados en su totalidad por otros países a través de empresas interpuestas, con lo que la libertad como territorio queda un poco más dañada todavía. Si ahora es complicado defenderse, a partir de la firma del TTIP y del CETA, los países pobres o medianos, tendrán muy pocos mecanismos para simplemente SER.
¿Es posible quedar fuera del TTIP o de CETA? Pues si, pero mucho cuidado también, pues quedar fuera si eres pequeño es quedar como enemigo ante un producto globalizador brutal. No enemigo de otros países, sino enemigo de mercados, lobbis o grandes empresas de todo tipo. Es simplemente la globalización negativa en su estado puro. Otro día hablaremos de la globalización positiva.