Ayer ví ya grabado el primer programa que conduce Màxim Huerta en La 1, titulado “Destinos de película”. Casi un clásico programa de viajes, con unas ideas añadidas que lo parecían convertir en un buen proyecto, entretenido y diferente. Sobre viajes se han realizado muchas versiones televisivas con distintos guiones que añaden esa diferencia entre un buen viaje y un viaje aburrido, aunque sea el mismo destino. A todo viaje hay que añadirle algo más que el desplazamiento y el abrir los ojos.
"Destinos de película" se ha montado sobre los recuerdos que tenemos todos de antiguas o modernas películas y sus escenarios naturales. Volver a las mismas calles, al mismo parque, al mismo edificio donde se rodó una escena conocida de una gran película, debe ser motivo de atracción para sacar tajada interesante.
El primer episodio de esta serie de entregas de viajes se hizo sobre New York, en un ejercicio fácil de encajar pues todos tenemos miles de imágenes similares de una ciudad creada casi para el cine. Pero el programa falló, según mi apreciación. Le sobra una pila, va excesivamente ágil, no permite más que en algunos momentos, la tranquilidad de la degustación, posiblemente por coste de derechos no se ofrecen imágenes reales del mismo lugar ahora y en el momento de la película, y todo se convierte en un programa de viajes más. O menos.
Maxim Huerta no está hábil, debería hablar más despacio y transmitir más calma. Viajar es conquistar, pero es también saborear cada lugar. Es mejor ver poco pero verlo bien, que confundir lugares por haber visto mil en media hora. Y aunque se da algo de información, hay que añadir toques que metan al espectador en el lugar del viaje. Desde casa tenemos que sentir que estamos también allí, no que observamos cómo Màxim viaja para nosotros. Queremos viajar, no queremos ver a Màxím viajando.