La familia de una persona deprimida no sabe actuar ante esta situación, pues no la entiende. Es normal decirle al enfermo palabras que creemos son de ánimo y que en realidad no son ni suficientes ni incluso a veces positivas.
Pero eso nos sucede a todas las familias. Debemos asumirlo y como familia, pedir consejo a nuestro médico de familia.
Pero eso nos sucede a todas las familias. Debemos asumirlo y como familia, pedir consejo a nuestro médico de familia.
Les decimos a nuestros familiares con depresión leve que depende de ellos mismos, que deben salir de casa y mejorarán, que en poco tiempo todo habrá pasado y nos olvidaremos, que esto es muy temporal.
Pero son palabras, suenan a vacías en la cabeza del enfermo, pues él ya ha intentado estos “arreglos” y no ha logrado vencer su decaimiento o su pereza o su dejadez. No es capaz de sentirse mejor, de tener fuerzas nuevas, de sentirse útil.
Un abrazo, unos besos, al calor de la compañía cercana aunque sea en silencio, es mucho más eficaz.
Creemos que dar consejos es lo correcto, que plantearles nuestras ideas, lo que nosotros haríamos, sirve de algo. Es un error. Con buena intención, sin duda, pero una equivocación.
Él o ella, deben sentirse seguros, deben saber siempre que cuentan contigo, con tu compañía, con tu presencia. Con tu ayuda si todo va a peor. Podemos preguntarles de qué forma les podemos ayudar, y debemos mantener silencios a medias, compartidos, cogidos de la mano como apoyo táctil.
Es normal que la persona que está pasando por una depresión crea que está molestando a su entorno, que al final los demás también se cansarán y tenderán a olvidarlo o a abandonarlo.
Esos pensamientos debemos alejarlos de su cabeza. Ni nosotros los vamos a dejar, ni el “sistema” de salud los olvidará, ni creemos que esto será eterno. Estamos para ayudar en lo que nos pidan.
Estamos para estar.
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