Una de las visitas más conmovedoras de esta año 2016 fue la que realicé en septiembre al Campo de Trabajo y luego de Exterminio de Sachsenhausen, en la ciudad de Oranienburg, cerca de Berlín. Al recorrer durante toda una tarde aquellas calles, los edificios, los suelos, los vacíos, te das cuenta de que el ser humano es mucho peor que los animales. Simplemente hace falta que quiera serlo.
Estos terrenos que vemos en las imágenes son las calles vacías donde nadie podía pisar. De la valla o el muro hacia este interior del campo, había cinco metros de tierra de nadie, donde los prisioneros no se podían acercar y mucho menos pisar. Una valla electrificada y dos zonas de alambradas separaban al prisionero del muro. Una zona minada les esperaba.
Pero podían ver y escuchar la libertad. Al otro lado, donde vemos los árboles, existía la vida de los alemanes que como guardianes tenían casino y hacían fiestas, vivían con sus familias si eran cargos del campo, tenían tiendas y bares, pues había que mantener a los jóvenes soldados de las SS con la moral alta.
Eran dos vidas bien diferentes, separadas por un espacio casi vacío. La muerte de este lado. La vida feliz en el otro. Desde altas torres de vigilancia observaban que la libertad de los presos terminara en la zona de piedra, de gravilla. Siempre apuntando por si alguien se equivocaba o quería morir.
Una libertad para poder trabajar mientras estuvieran muy fuertes, aunque fuera a costa de andar durante horas y horas sobre diversos tipos de terrenos que a modo de prueba se habían creado allí dentro, para que se probaran los materiales de las botas de campaña del ejército alemán.
Visitar los hornos crematorios, el sótano donde estaban las mesas de baldosines donde sometían a los prisioneros a experimentos médicos, produce temor y rabia, miedo y asco. Todos eran seres humanos. Increíblemente humanos.
Todos aquellos edificios se intentaron destruir al llegar los rusos a liberarlos, pero se sabe que tras la liberación se siguieron empleando aquellos que se lograron salvar de la destrucción, aunque cambiaron el tipo de prisioneros sin saber para quien se empleó aquel Campo que ya era de Exterminio.
Nunca se sabrá qué sucedió tras la liberación, pero sí sabemos que en estas tierras estuvo detenido en los dos últimos años de control nazi, el Presidente español y socialista Largo Caballero.
Nos contó un guía español del campo de Sachsenhausen, que Hitler llamó a Franco para decirle que tenía aquí detenido al que había sido Ministro y Presidente de España, dirigente del PSOE en la II República. Y que le preguntó que qué quería que hiciera con él. Y que la respuesta de Franco fue que hiciera lo que quisiera, menos dejar que volviera a España vivo.
Estuvo dos años en el Campo de Trabajo y Detención que se iba convirtiendo en un Campo de Exterminio, atendido en la enfermería pues tenía 72 años cuando entró detenido; y tras ser liberado el Campo por las fuerzas rusas y polacas, fue recibido con honores de Presidente y trasladado a París, aunque sólo logró vivir algo menos de un año más en libertad.
Nunca volvió vivo a España, hasta que en 1978 trajeron sus restos a Madrid en un acto que congregó a más de 500.000 personas en su sepelio.