Cualquier partido político democrático se sujeta sobre cuatro pilares imprescindibles todos ellos. Si tan solo uno de ellos falla, está débil, baja su importancia…, todo el edificio se tambalea. La importancia de las cuatro patas de cada uno de los partidos políticos es similar, pero deben estar las cuatro en igualdad de importancia y cuidado, pues la enfermedad de una pata contagia a las otras.
Una dirección que pasará a la historia del partido por sus aciertos o sus errores.
Una militancia que puede ser más o menos numerosa y que es la que trabaja.
Unos votantes que son los que en realidad aupan o hacen fracasar a los partidos.
Unas circunstancias, unos medios económicos, unos medios afines en la comunicación independiente, etc.
Todos (casi) conocemos a la dirección de cualquier partido político.
Algunos conocen a los militantes más activos.
Nadie conoce de verdad a los votantes que además son muy volubles.
Todos creen conocer a los medios escondidos que apoyan desde fuera, pero la realidad es que los intereses de ese entramado es complejo y múltiple.
La primera pata del taburete es fundamental para marcar la ideología, para moverse, para convencer, para ser atendida por los medios, para formar equipo, para ser (o no) ese líder que se mueve hacia una dirección o hacia otra, es el grupo que lo sabe explicar y convence a las otros tres patas del taburete. Una vez ascendida la dirección a su puesto alto, es muy complicado descenderlos…, si estas personas no está por la labor de abandonar. Incluso si no compaginan con su propio equipo, tienen la fuerza de la discrepancia y la saben ejercer.
Los militantes son una masa irregular formada por “los conocidos” y por “los por conocer”, más “los del montón”. Normalmente no son tenidos en cuenta por ninguna de las otras tres patas. Y curiosamente aunque son la energía de la empresa, son los que menos poder tienen, los que menos pintan entre los cuatro pilares del partido. Algunos de los conocidos sí opinan, siempre que sea a favor de la dirección. Muchos de estos “conocidos” aspiran a ser parte de las direcciones futuras, y se trabajan el terreno como bien saben. Forman parte de un engranaje donde hay soldados, cabos, cabos primera e incluso sargentos y brigadas.
Los votantes son los grandes olvidados de la organización, pues solo se dirigen a ellos unos 20 días (a lo sumo dos meses) antes de que tengan que revisar los exámenes y aprobar o suspender al partido, en una elecciones. Son los “clientes” de una mala empresa llamada política, que no sabe cuidar a sus clientes. Error. Un votante creemos que es algo abstracto, sin valor pues no tiene cara, se sabe que es muy voluble, y que en la medida en que cambia, lo hacen otros “clientes” en otra dirección. No se valora casi nada la figura del votante (se dice todo lo contrario), pero sin ellos no se logra el éxito. Es decir, el poder. Incluso los que más poder tienen entre los votantes, son precisamente los más volubles, los indecisos.
Por último queda esa mezcolanza compleja de dibujar, que son los medios de comunicación, los teóricos opinadores, los poderes ocultos que mueven sus hilos según los intereses que no se ven con facilidad, los medradores, los intelectuales afines, los poderes internacionales, las circunstancias históricas de cada momento. Esta
cuarta pata no se puede manipular con facilidad, y el acceso a ella
para arreglarla si algo falla es complicado. Pero es tan importante como
el resto, y olvidarnos de ello supone cojear. Siempre.
O funcionan engrasados los cuatro pilares, o se empieza a cojear y por ello a doblar la rodilla hacia un lado o hacia otro, hasta caer.