Hablábamos aquí y en una anterior entrada de las ciudades jardín poniendo el ejemplo del barrio de La Jota en Zaragoza, barrios creados en España en los años de la reindustrialización, del crecimiento de las ciudades a través de la inmigración de trabajadores hacia las grandes fábricas que se iban formando en las afueras de las grandes ciudades.
El concepto teórico de estos nuevos barrios o incluso de ciudades que crecían por este efecto industrial, nace a finales del siglo XIX y principios del XX sobre todo en Reino Unido, que necesita crear —y digo bien: crear— masas de trabajadores para las nuevas empresas de las grandes ciudades para tener mano de obra abundante y así ser también más barata, y dotarlos de barrios nuevos para asentarlos en su emigración desde las zonas rurales.
Los urbanistas de aquellos años, sabedores que traían a personas desde zonas rurales, diseñaron barrios que de alguna manera estuvieran teóricamente cerca del campo, rodeados de zonas verdes y terrenos de labor, que mezclados con y entre las fábricas, les facilitan la aclimatación. Brutalmente parece, contado así, una forma animal de adiestramiento dirigido.
Ebenezer Howard entre otros urbanistas ingleses, diseñaron esos barrios y de aquellos planos bebieron durante muchos años casi todos los urbanistas que aprendieron con sus libros, sus ideas y sus planteamientos. Era crear ciudades amables que hicieran más sencilla la adaptación a la ciudad de las personas que venían del mundo rural.
Ciudades circulares, que iban creciendo hacia las afueras, hacia los arrabales, pero distribuyendo los espacios de una forma totalmente dirigida para simplificar la vida de las personas. Parques centrales, grandes avenidas verdes que se alternaban con calles más estrechas. Servicios comunes y públicos colocados en el centro de las ciudades, y aquellos que fueran de uso diario colocados entre las calles, como podría ser las escuelas o la iglesia.
Las fábricas se colocaban fuera del barrio, pero no muy lejos para evitar grandes desplazamientos —los obreros no tenían derecho económico a tener coche— , y el tamaño diseñado para estos barrios debía ser de entre 30.000 a 50.000 vecinos por barrio, con un centro urbano diferente como contenedor de todos los servicios públicos importantes y las viviendas de la clase media, que debía tener un tamaño de entre 50.000 y 100.000 habitantes. Este diseño de ciudad nos llevaba a un total de habitantes en la ciudad de entre 200.000 y 400.000 personas.
Las comunicaciones entre barrios se hacían con trenes de Cercanías, mientras que la comunicación de cada barrio con su ciudad de referencia se haría por tranvías o metros. Ahora, un siglo después, con autobuses. Por fuera de estos barrios seguían existiendo las tierras de labor, las ganaderías y las zonas verdes naturales, los ríos y las zonas para pescar y disfrutar de la naturaleza virgen.
Más de un siglo después de estas ideas…: ¿Hemos cambiado mucho el diseño de las ciudades y los barrios?