Ayer me tocó la lotería, pero no la de jugar a pagar impuestos con un papelico, sino la de los reconocimientos. Cuando alguien sabes que se acuerda de tí, es un aplauso que recibes aunque sin sonido. Mal tiene que estar “la cosa” para que se acuerden de uno.
Ayer al que no le tocó la lotería fue a Pablo Iglesias, pues recibió una bofetada en la cara de sus “propios”, que supieron elegir más pragmatismo y menos cabezonería y dureza en las formas. Pero yo advierto. En política sobre todo, es imposible avanzar y construir, si no se trabaja con un único libro de bitácoras.
Ese libro de objetivos, de ideas, de proyectos, puede estar cargado con plumas diversas e incluso a veces ligeramente contrarias y siempre plurales. Pero una vez escrito el libro, hay que respetarlo hasta el final, no se puede salir nadie de su interior sin admitir que abandona con libertad, no se debe permitir nunca divergencias en el camino, pues las debilidades se pagan muy caras.
No son tiempos para salirse del guión, pues ir por libre no sirve de nada. Pero es decisión libre de cada uno o una.
Hay tantos bichos por los caminos sin explorar, que sin una hoja de ruta clara y sin la seguridad de que nadie se saldrá del camino, no merece la pena entrar en la selva.
Y si alguien no quiere seguir el mismo camino que los demás, tiene dos opciones. O explicar muy bien su propio camino y convencer a todos los demás, o abandonar el grupo.
Hay una tercera que suele ser la más habitual. Que no quiera abandonar el grupo pero en cambio…, esté siempre queriéndose salir sin explicar bien para qué.
En estos casos —los más habituales de todos los posible entre los flojos—, lo mejor es dejarlos en casa, junto a la chimenea, para que no molesten.
Ellos no quieren quedarse en casa pues desean estar en el pan y en las tajadas. Así que hay que quitarles los crampones y apartarlos a que descansen al calor del hogar, sabiendo que hablarán siempre mal de los que continúan el camino.