El Rey Felipe VI volvió a pifiarla con su discurso navideño que necesita unos cambios como el comer. No se dió cuenta de suprimir esta tontada cuando llegó al trabajo Real, y ahora ya nadie sabe qué hacer con esta costumbre. Haga lo que haga, para unos lo hará entre mal y muy mal, y para otros lo hará muy bien. Curioso esto, pues siempre dice obviedades.
El Rey tiene asignado un papel muy determinado en la Constitución. Otra cosa es que —como ya advertimos en alguna otra entrada, aquí o fuera de aquí— este papel también sea un asunto muy mojado por la realidad escondida. No admitimos el papel real del Rey, no controlamos bien su papel Real, para no preocuparnos o para no joder más. Así que en cualquier caso, este discurso navideño es una tontería, construida para agüelos como yo. Para los demás no tiene ningún sentido pues no refleja su modo de pensar o actuar.
El Rey no gobierna paro manda. Y los discursos son lo de menos, que por cierto se los escriben…, vete a saber con qué criterios de venta de ideas. Y si intuimos esto, también nos lo callamos. Si el Rey tiene que hablar una vez al año, se debería elegir una fecha diferente, que hay varias. Mezclar fiestas, religión y discurso, es una tontería para el siglo XXI. Cuando los ingleses lo inventaron era una forma de hacer publicidad en y para la televisión.
¿Pero qué me pareció el Rey este año? Pues no lo escuché del todo. Me llamaron por teléfono a mitad. Me pareció largo, algo aburrido, muy de anuncio, artificial, flojo, para salir del paso. Como todos.
Unos analizan lo que NO dijo, que es suficiente como para criticar. Otros lo que parece que dijo aunque no lo dijo. Y algunos lo que dijo y cómo lo dijo. La mejor opción de los políticos contrario al Rey hubiera sido decir que no le han prestado atención. Que se la suda y que en esos momentos estaban peleándose con los langostinos. Pero caemos en la trampa.