Estas dos semanas últimas hemos tenido un bombardeo de apariciones en todos los medios del periodista Juan Luis Cebrián, intentando vender mal su propio libro. Sin duda nadie le ha debido asesorar ante estas apariciones, pues los errores han sido tan brutales, que su imagen y la de su libro no se ha promocionado, sino que se ha medio hundido a través de medias verdades, malas explicaciones, salidas de tono y curiosidades que suenan muy mal.
Periodista de raza pero de suma de enemigos por su trabajo de acción empresarial, muy posiblemente bien ganados esos enemigos a pulso de despidos y prepotencia, con decisiones no siempre fáciles de explicar. Algunas de sus intervenciones en estos días tanto en radio como en televisión, han sido el ejemplo que se debería enseñar en las Universidades de Periodismo: para saber qué no debe hacer nunca un personaje, y para aprender qué debe hacer siempre el periodista que entrevista.
Juan Luis Cebrián se equivoca en dos aspectos fundamentales. Nunca debería salir a dar explicaciones malas, llenas de silencios y de traspasos de informaciones entre momentos y protagonistas, y nunca debería salir para no aportar nada pues en este caso es mejor el silencio. Una persona como Cebrián, que ha vivido en primera línea toda la Transición, debería callarse o hablar de verdad y de todo. Tener amigos poderosos no es tan importante como tener verdades importantes que se siguen callando.
Desde 1975 han sido más los silencios y las malas explicaciones hacia los españoles que las verdades auténticas. Y eso nos importa a muchos. Sobre todo a los que las vivimos, pues sentimos ahora que nos engañaron mucho más de lo que creíamos, que ya de por sí era mucho. El desencanto que nos inundó tenía mucha más razón de lo que pensábamos. Pero venir ahora a sonreir encaja mal. La factura se tendrá que pagar.
Juan Luis Cebrián no es nada, el importante es El País, es decir su obra, sus decisiones. Y aquí es donde nos jode lo que escuchamos. El País nunca ha sido de izquierdas, nos dice con dos cojones su alter ego. Que es tanto como decirnos a todos en la cara que nosotros tampoco éramos de izquierdas. Nos identificábamos con algo que no era de izquierdas, creyendo que era la biblia de aquellos años. Y ahora nos dicen en la cara que éramos tontos. Bien, tomamos nota.