Podemos no sabe alcanzar acuerdos con nadie. No sabe ni llegar acuerdos consigo mismo. Podemos no sabe negociar ni ceder, no sabe respetar las diferencias de los demás a la hora de llegar acuerdos de gobernabilidad. Querer tampoco quiere, pero lo grave es que no sabe.
En Aragón no es posible gobernar sin acuerdos. Otros partidos, todos los demás, ya lo saben y lo han trabajado y lo consiguen para Aragón. Sin llegar a unos acuerdos de gobernabilidad, no se puede gobernar ni Zaragoza ni Aragón. Ni ahora ni mientras estamos en un sistema como el actual, alejado ya del bipartidismo. Esto lo saben bien en otros partidos y hemos realizado lo mejor para los aragoneses.
Podemos no quiere acuerdos con nadie, pues a lo que aspira es a comérselos, absorberlos para no tener que negociar con ellos, si acaso con las personas “de ellos”. En realidad Podemos aspira a otro bipartidismo, donde ellos sean una parte, y un partido conservador —a ser posible de muy derechas— la otra. Todos los demás sobramos.
Pero desde hace décadas se ha impuesto la negociación. En la vida social, laboral, económica, intelectual, política. Hay que llegar acuerdos para sumar y multiplicar en algunos casos. Y en las negociaciones siempre te vas dejando jirones, pero a la vez vas sumando otros. Nada queda “puro” pero si se hace bien todo queda de más calidad y sobre todo de más futuro admitido.
A Podemos, en su afán de juventud inmadura mezclado con excesiva teoría y unos toques de prepotencia, le han convencido de que ellos solos se bastan y se sobran. Que si acaso alguien ocupa un espacio interesante o necesario, lo mejor es comérselos. Y para ello nada como volver a la teoría de Maquiavelo y enzarzar, picotear en el cogote, hacerse amigos entre los enemigos. Si hay dudas, preguntarle a IU.
Todo puede ir bien, excepto si se cae en el error de creer que los mayores enemigos son tus amigos. Tus compañeros nunca son tus amigos, pues donde esté la olla de las ideas, no pongas la p… de los sillones. Pero tampoco son tus enemigos para abofetear. Nos podemos estar cayendo de un guindo y darnos de bruces con la decadencia, con el desencanto, con más desilusión.
¿Y la derecha? Bien, emborrachándose otra vez de gusto ajeno.