No amigos, no, el problema no es Donald Trump, el problema somos todos nosotros, los americanos que le han votado y los europeos que nos reímos de sus gracietas y salidas de tono. Los culpables de Donald Trump somos los que hemos creído que un (presunto) tonto nunca podría dominar el mundo con sus decisiones publicitadas. De las decisiones secretas ya sabíamos que sí era posible dominarnos a todos y es palpable que el mundo ya ha estado en manos de imbéciles empresarios sin hígado.
Decimos que Donald Trump es un error, pero nadie ha dicho que los demócratas eligieron a Hillary Clinton en vez de a Bernie Sanders y eso sí fue un gran error. ¿Pensaban acaso los demócratas que una mujer gris vencería mejor a un tipo de Trump que representaba todo lo contrario? Pues eso sí es un gran error.
Donald Trump va a dominar el mundo, excepto China y cuatro lugares más…, de momento. Y puede hacer de todo o de nada, según, depende. De entrada sus acólitos que le rodean —pues él los ha elegido— ya marcan territorio conservador del duro, del de libros que creíamos abandonadas en el trastero. No van a inventar nada, si hacen algo, sabemos bien qué harán.
Europa está jodida, lo estaba antes de la llegada de Donald Trump. Además de no ser nada, somos una mezcla dividida, una salsa cortada, que ni tiene sabor ni tienen ganas de tenerlo. Estamos en periodo transitivo y mirando al cielo. La moda la puso Mariano Rajoy: hay que dejar hacer y eso hacemos, dejar que otros hagan. Pero claro, hacen para ellos.
Se veía venir. Mientras los periodistas americanos y europeos se reían de Donald Trump pensando que era imposible, en Europa muchos sabíamos bien que el crecimiento de la desafección era peligroso por lo que supone en la democracia. Se estaba perdiendo el voto obrero, muy cabreado con todos. Se perdía parte del voto de clase media, asqueado de la marcha de los países hacia las crisis soportadas. Y quedaba el voto duro de los extremos, que no lleva a ningún lugar, pues nunca es suficiente…, excepto que lo sea y entonces nos convirtemos en Venezuela, en la Francia de le Pen (que ya tenemos alentando el cogote) o en los EEUU de Donald Trump.
Quien no quiera una Europa xenófoba sabe bien qué debe hacer. Si no quiere hacerlo, es su libertad y la de todos nosotros. La nuestra por no lograr revertir la situación a base de más trabajo y algunas soluciones. Sabemos hacia dónde nos estamos dirigiendo, incluso sabemos que es negativo. Pero nos encantan las sombras y los riesgos que creemos medidos y soportables.¡JA!