Uno muere cuando deja de crear, y si bien el sociólogo Zygmunt Bauman siguió activo hasta hace muy poco, ya estaba muerto de crear, al no tener esa energía vital de poder plantear nuevas dudas, nuevos retos a una sociedad que conoció muy bien, sobre todo desde la óptica dolorosa de las miserias humanas.
Zygmunt Bauman será recordado por sus planteamientos de “la sociedad líquida” que es la forma más sencilla de entender los cambios de estas últimas décadas en todo el mundo social. Pero Zygmunt Bauman fue mucho más, y sus enseñanzas y dudas nos seguirán muchos años.
La sociedad líquida, lo que simplemente plantea y de una forma perfecta para entenderse desde todas las culturas, es que en estos momentos todos los estamentos sociales ya no son sólidos sino líquidos, y que todo se puede mover, ser admitido en esa nueva forma de ser, adaptándose el momento y al lugar. No es sólido el trabajo, el matrimonio o la familia, la relación con el entorno, la economía o la política. Todo parece líquido, adaptable, relativo y moldeable incluso según las horas del día.
Gran defensor del anticonsumismo, alertó en innumerables ocasiones sobre la trampa del sistema que nos tiene pillados de las deudas, del consumo desaforado, de cambiar la felicidad del ser por la del tener.
Advirtió de la manipulación a la que se no somete para tenernos doblegados pero contentos, esclavos 3.0 de redes y comunicaciones planificadas, horarios laborales perfectamente planificados por otros, seres virtuales que hemos caído en la trampa del dejarnos hacer, que hemos perdido los sentimientos de amor real, del esfuerzo y el trabajo bien hecho, ya no existe amistad real sino virtual y de plástico.
Advirtiendo y para finalizar que la educación —que antes era el vehículo de la libertad y del ascenso social— ahora está también perfectamente manipulada para que tenga un valor relativo. Se puede ser universitario muy preparado y pobre. Y el sistema sabe controlar muy bien a todos los pobres para que no cambien nunca nada.
Nos decía que cada vez somos más individualistas y admitimos más desigualdades, pensando que siempre vamos a estar en el pelotón de los de arriba, o que al menos es muy sencillo llegar a poco que se tenga suerte. Pero el “arriba” es líquido y se mueve y adapta más que nosotros, para que nunca podamos llegar a meternos dentro. Si acaso a tocarlo con las puntas de los dedos. A cambio logran que adoremos a ese “arriba líquido” que nunca alcanzamos, como si fuera la meta de nuestra salvación.