Estamos asentados en tiempos raros, y aunque algunos lo llevamos advirtiendo hace algunos años incluso, seguimos sin tomar medidas para evitar el final no deseado. Me refiero a España y a Europa. No le damos importancia o al revés, le damos tanta que pensamos que no podemos hacer nada de nada. Ambas posiciones son equivocadas, pero no pienso convencer ya a nadie.
Hay datos que nos indican que nada hemos entendido, que las izquierdas están divididas por tonterías que la sociedad no entiende, que hay claros intentos por la provocación de la ruptura alentada desde ambos sectores ancestrales de la sociedad: los de arriba y los de abajo. La derecha y la izquierda. Los ricos y los pobres. Los dueños de los modelos de producción y los productores. Los que venden y los que compran. Todo es la misma división.
Unos saben manipular el envoltorio para que no se piense más que lo justo, y a fé que lo están logrando en un gran porcentaje de la sociedad más débil. Los otros al sentirse en clara minoría se tienen que volver más irresponsables para tener más razones.
Cuidado con la palabra “irresponsable” pues quiere decir lo que decir. Orillados de la responsabilidad para observarla o pelearla desde otra perspectiva.
Nunca desde los años 80, es decir, en los últimos 35 años, una vez que todos incluido el ejército en España, admitió al socialismo descafeinado como una posibilidad manipulable, hemos tenido una sensación de agobio político como el actual. Ni tampoco de falta de libertades civiles (ya sé que esto no se entiende así) o de manipulación disimulada.
La izquierda está fuera de línea, enferma de tontería, confundiéndose de adversarios, en claro camino equivocado con los problemas que debería gestionar y con la sociedad a la que debería representar. Además de sus problemas internos en las respectivas organizaciones, debe asumir la desclasificación del discurso del siglo XX, admitir nuevas soluciones para los nuevos problemas, llorar la desmotivación general entre sus huestes.