Con la apertura de la defensa lógica de la escuela concertada en la calle zaragozana, tanto en sus derechos como en mantener sus privilegios, ha quedado todavía más descarado el papel tan pobre e irrisorio que desde la izquierda estamos haciendo en las últimas décadas con la educación pública. Nos están goleando y seguimos creyendo que como poco vamos empatados.
En ese Norte de Europa del que queremos contagiarnos en educación y calidad educativa, nadie discute que el 80/90% de la educación sea pública y de alta calidad. Aquí además de seguir sufriendo los resultados de los informes negativos, nos hemos enzarzado en una pelea absurda creyendo que para defender la educación pública hay que ir contra la educación concertada.
¡Es la calidad, amigos extraviados!
Llevamos varias décadas —no nos pondriamos de acuerdo en decir desde qué momento nos equivocamos desde la izquierda— perdiendo calidad en la educación pública. Perdiendo calidad de enseñanza, de organización, de inversiones, de cambios absurdos, de cerrazón y un aumento ilógico del corporativismo negativo. Pero seguimos creyendo que se trata de que la concertada no tenga tantos privilegios.
Las familias son libres y así debe seguir siendo, en elegir el colegio que les de la real gana. Yo siempre he elegido la pública, pero conozco a mucha gente de izquierdas que han elegido la concertada. ¿Nos preguntamos el motivo?
La mejor defensa que se puede hacer con la educación pública hubiera sido aprender a crecer en calidad, en ponerla en el lugar que le correspondía desde 1982 hasta 1996. Pero no se quisieron hacer políticas de izquierdas con la educación, excepto en los primeros años del gobierno de Maravall hasta que le cortaron las alas económicas e ideológicas.