Para un extranjero no católico, entender la Semana Santa puede resultar complicado. Sobre todo si se preguntan aspectos complejos de entender desde “fuera” de la religión. La teatralidad es un componente más, que envuelve toda representación religiosa. Bien con sus silencios inmensos como con sus ruidos de tambores y cornetas que atruenan las calles. Se pasa del silencio al estruendo en segundos.
Pero está el color, las luces, las flores, el olor a incienso o a rosas, los vestidos, los capirotes tan diferentes, el taparse los rostros, “las manolas”, el papel del ejército en las procesiones, los pasos tan enormes, las formaciones con pasos militares, las jerarquías, la ovación o las saetas, los cantos o las palabras en silencio cada cierto espacio recorrido.
Es la suma de multitud de señales complejas de entender desde una cultura ajena a la española. Los interiores de los bajos de los pasos con hombres y solo hombres arrastrando decenas de kilos cada uno durante horas, dentro de un espacio oscuro que contienen una intendencia no siempre conocida. El coste económico de todo el proceso sostenido por todos los integrantes. Los relevos, las lágrimas cuando algo hay que suspenderlo.
Pero a todo esto hay que añadir que Jesucristo solo hubo uno, Y solo tuvo una Madre. Pero en cambio hay decenas de representaciones diferentes en las ciudades más santeras, del mismo Jesucristo y de la misma Virgen. Y curiosamente e inexplicable para un forastero, quien adora a una virgen no cree por igual en todas las demás. No hay nadie que sea de todas las vírgenes. Se es “de una”. De la virgen del Pilar, de la del Carmen, de la Dolorosa o de la Esperanza. Y así decenas y decenas de vírgenes distintas, con diferente sentido del fervor.
Incluso hay decenas de catedrales con varios cristos crucificados, donde los fervientes oradores acuden a uno o a otro. Aunque haya dos de igual poder religioso. O son de un Cristo o son del otro. Admiten que son el mismo, pero solo son de uno. Lo que no impide acudir a visitar a los dos o a los doce si los hubiera. Pero no con el mismo fervor ni respeto mental. Cada católico tiene su propia virgen, su propio Cristo, su propio santo. ¿Para qué?